El costo duradero de la violencia escolar: la determinación de un maestro

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Las escuelas estadounidenses, alguna vez consideradas santuarios del aprendizaje, están cada vez más marcadas por la violencia. Cada caso de violencia armada no sólo inflige daño físico; resuena en las comunidades, altera el futuro y afecta profundamente los corazones de estudiantes y educadores. Este trauma continuo no es un fenómeno nuevo, sino una tragedia recurrente que resuena en las escuelas de todo el país, desde Sandy Hook hasta Stoneman Douglas.

El peso de la responsabilidad

Los docentes se ven obligados a asumir roles que van más allá de la instrucción tradicional. Se espera que sean socorristas, consejeros de duelo y especialistas en trauma, todo ello manteniendo su deber principal: enseñar y mantener seguros a los estudiantes. Para los educadores que trabajan en entornos de grandes necesidades, esta carga es aún más pesada, ya que a menudo se enfrentan al impacto generalizado de la violencia armada.

La muerte de Ruby, una vibrante estudiante de segundo año, ilustra trágicamente el coste personal de esta realidad. Ruby era más que una simple estadística; era una estudiante con un espíritu brillante y don de palabras. Su muerte en un tiroteo desde un vehículo en Chicago dejó una marca imborrable en la memoria de la maestra. Ahora, la maestra participa activamente en las audiencias judiciales relacionadas con el asesinato de Ruby y ayuda a la madre de Ruby a preparar una declaración de víctima, un testimonio del compromiso de la maestra de honrar la memoria de Ruby.

Enseñar después de una tragedia exige más que simplemente volver a los planes de estudio. Requiere superar un dolor profundo que persiste, creando un ambiente donde se sienta la pérdida de cada estudiante. Los pasillos resuenan con la ausencia de quienes no tuvieron la oportunidad de completar su educación, e incluso las acciones más comunes, como saludar a los estudiantes por la mañana, cargan con el peso de estas pérdidas continuas.

El trauma oculto de los educadores

Las investigaciones revelan que los profesores expuestos a la violencia escolar experimentan tasas significativamente más altas de trastorno de estrés postraumático, depresión y trauma secundario que los profesionales de muchos otros campos. Esto no se debe únicamente a las presiones de calificar o cumplir con los estándares; surge de la expectativa de actuar como escudos humanos en medio de un entorno de amenaza e incertidumbre constantes. Las exigencias que se imponen a los educadores son insostenibles: se espera que beban de un “vaso vacío”, pero a menudo reciben salarios insuficientes, apoyo insuficiente y están emocionalmente agotados.

Convertir el dolor en propósito

Después de 17 años en el aula, la maestra ha dedicado sus esfuerzos a defender tanto a los estudiantes como a los maestros afectados por la violencia armada. Desde el lado sur de Chicago hasta Cicero, Illinois, ha ofrecido consuelo a familias en duelo, apoyado a estudiantes traumatizados y hablado contra el silencio. En respuesta a esta crisis actual, cofundó el Proyecto 214, un proyecto apasionante destinado a apoyar a las comunidades afectadas. También participó en March for Our Lives y contribuyó a conversaciones nacionales para garantizar que las historias de las víctimas no sean olvidadas.

Al reconocer el profundo impacto en los educadores, el maestro estableció giras nacionales de conferencias y participa en conferencias educativas para crear conciencia y ofrecer prácticas de curación y liberación para sostener el trabajo. Estos esfuerzos han sido recibidos con gratitud por parte de los profesores que se sienten abrumados y buscan apoyo.

Un llamado al cambio sistémico

Según el Centro Nacional de Estadísticas Educativas, hubo 1.375 tiroteos en escuelas de Estados Unidos entre 2000 y 2022, una cifra asombrosa que provocó 515 muertes y 1.161 heridos. Estas cifras representan miles de vidas destrozadas y muchas más afectadas por el trauma.

Es hora de ir más allá de los gestos vacíos y exigir un cambio tangible. Los docentes activistas están listos para compartir sus historias y abogar por políticas informadas sobre el trauma, servicios de salud mental sostenibles para estudiantes y personal y una mayor inversión federal en la prevención de la violencia comunitaria. Los legisladores deben priorizar las necesidades de los educadores y tratar la violencia armada en las escuelas con la urgencia de una emergencia nacional. La seguridad abarca más que solo medidas de seguridad física: requiere cuidado emocional, intervención proactiva y la humanización de todos los miembros de la comunidad escolar.

La persistencia de la violencia armada exige la atención de quienes están en el poder. Hasta que no haya un esfuerzo concertado para abordar esta crisis, esta maestra continuará enseñando, sanando, hablando y presionando por el cambio, cumpliendo una promesa hecha a la madre de Ruby: una promesa de que el silencio no puede salvar vidas; la acción inspirada lo hace.

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